Aunque el inicio del otoño fue un tanto atípico, el Pirineo ya está inmerso en pleno otoño. Muchos árboles han comenzado o han perdido totalmente sus hojas tras un cambio de colores pasando por preciosos tonos rojizos, cobres, anaranjados… que convierten los paisajes pirenaicos en un verdadero espectáculo de color año tras año.
La amplísima variedad vegetal imprime un abanico de colores a las laderas pobladas de hayas, pinos, encinas, abetos, abedules, arces, quejigos… que se pueden divisar en cualquier trayecto en coche, a ambos lados de la carretera. Los paseos a pie por cualquiera de los valles, los recorridos por el GR-11 o el GR-15, por las proximidades del Parque Nacional de Ordesa, por ejemplo, ofrecen una visión distinta y no menos espectacular, entre caminos, barrancos y pistas forestales.
Y tal vez, además de disfrutar del espectáculo que ofrece el propio paisaje, tengas la suerte de encontrarte con algunos pobladores de estos bosques: sarrios, corzos o quebrantahuesos.
El Sobrepuerto que inspiró a Llamazares
El otoño es, desde luego, un buen momento para recorrer caminos rurales. Puedes dejarte llevar por los preciosos paisajes del entorno para llegar, por ejemplo, hasta el pueblo abandonado de Ainielle. Está en la zona de Sobrepuerto, ese que tan bien reflejó Julio Llamazares en su novela La lluvia amarilla. El camino a pie comienza en el pueblo de Oliván, en el valle de Tena y atraviesa otro pueblo abandonado, Berbusa. Una vez en Ainielle verás algunas de las casas que todavía quedan en pie, como la iglesia o la escuela, algunas de ellas completamente rodeadas de vegetación, y que son un testimonio vivo de cómo era la vida en el pueblo.
Y, por supuesto, el otoño es también tiempo de setas y de chocolate. También lo es de disfrutar de rutas a pie sin nieve y de empezar a abrigarse esperando el manto blanco. Pero mientras llega, ¡déjate llevar por la magia del otoño pirenaico!