«En un socavón de las entrañas rocosas de la tierra, en una gran cueva abierta, una argamasa de pedruscos que se corona con cimera de pinos. Y allí en aquella hendidura, remendado con sucesivos remiendos, el santuario medieval en que se recogieron monjes benedictinos (…) Bajo aquel enorme dosel rocoso sentirían que pasaban las tormentas. Los capiteles románicos del destechado claustro —le basta la roca por cobertor— les recordarían el mundo, un mundo no de mármol ni de bronce helénicos o latinos, sino de piedra, un mundo berroqueño, en que la humanidad se muestra pegada a la roca».
Así describía el monasterio de San Juan de la Peña el escritor Miguel de Unamuno en 1932. El edificio, literalmente integrado en una gran roca, es una de las visitas imprescindibles del Pirineo aragonés. Con un magnífico claustro. Y una capilla en la que se exhibe la réplica del Santo Grial. Dicen que estuvo allí durante siglos antes de ser trasladado a Valencia.
Son muchos los lugares del Pirineo que han captado la atención de grandes escritores. Ya hemos hablado en este blog de la novela ‘La lluvia amarilla’, de Julio Llamazares, protagonizada por el último habitante del pueblo abandonado de Ainielle, en la zona de Sobrepuerto, muy cerca de Formigal-Panticosa.
«Ainielle existe. En el año 1970 quedó completamente abandonado, pero sus casas aún resisten, pudriéndose en silencio, en medio del olvido y de la nieve, en las montañas del Pirineo de Huesca que llaman Sobrepuerto».
Así arranca la novela de Llamazares. Y en ella se incluyen numerosos pasajes que describen a la perfección la vida del pueblo, de Sobrepuerto y del Pirineo. Como este del final de la novela:
«Así, cuando lleguen al alto de Sobrepuerto, seguramente habrá empezado otra vez a anochecer. Sombras espesas avanzarán como olas por las montañas y el sol, turbio y deshecho, lleno de sangre, se arrastrará ante ellas agarrándose ya sin fuerzas a las aliagas y al montón de ruinas y escombros de lo que, en tiempos, fuera (antes de aquel incendio que sorprendió durmiendo a la familia entera y a todos sus animales) la solitaria Casa de Sobrepuerto».
Hay mucha literatura pirenaica. Dos buenos ejemplos son ‘Cuentos del Pirineo para niños y adultos’, de Rafael Andolz. Es un libro que recopila cuentos, historias y leyendas del Pirineo, esas historias pirenaicas que se contaban junto al fuego y se transmitían de padres a hijos; y ‘Pirineo. Un país de cuento’, una obra coral en la que una treintena de escritores pirenaicos –aragoneses, navarros, vascos, catalanes y franceses- entre los que estaba José Antonio Labordeta, reflejaron la tradición oral de contar historias del Pirineo.
Más reciente es la exitosa novela ‘Palmeras en la nieve’ de Luz Gabás. Refleja la dura vida en un pequeño pueblo de montaña del valle de Benasque durante la juventud de los dos hermanos protagonistas, que pasan parte de su vida en África y cuyo recuerdo les acompañará siempre entre la nieve:
«…cogerás un tren a Zaragoza. Luego te subirás a un autobús y, en poco tiempo, te reencontrarás con los tuyos. Todas las horas del viaje te resultarán escasas para despegarte de los últimos años, que habrán sido los mejores de tu vida. Y ese hecho, el reconocer que los mejores años de tu existencia pasaron en tierras lejanas, será un secreto que guardarás en lo más profundo de tu corazón».
Pintura que lleva el Pirineo lejos de nuestras fronteras
Además de escritores, han sido muchos los pintores a lo largo de la historia que han reflejado las cumbres pirenaicas, los paisajes, los pueblos, las costumbres… Uno de los más conocidos, Joaquín Sorolla. Ha pasado a la historia por sus cuadros de playa en el litoral mediterráneo. Pero su paso por Jaca -donde vivió un tiempo y donde se casó su hija- y otras zonas del Pirineo, son un estupendo muestrario de su arte.
Algunas de estas escenas pirenaicas han viajado a Estados Unidos, como la que refleja a un grupo de ansotanos con el traje típico. Fue un encargo de la Hispanic Society de Nueva York.- La escena decora una sala de su sede.
Y no sólo a Estados Unidos. Japón es el país de destino de la mayor parte de las obras del artista japonés Tokyo Ujike. Lleva más de dos décadas viviendo en el Pirineo aragonés, y reflejando en sus cuadros su amor por las montañas y la jota. Ujike vive en Boltaña rodeado de lienzos y pinceles y sin dejar de reflejar los paisajes pirenaicos que le rodean.